La visión del Cristianismo sobre el juego

La relación del Cristianismo con el juego no ha sido estática, sino que ha evolucionado conjuntamente con los cambios en la sociedad. Si bien en la actualidad tanto el culto Católico Apostólico Romano como el Protestantismo butterfly_iconse muestran en general más abiertos a los juegos de azar, el dogma coincide en ambos casos en la censura de esta práctica.

El sistema de valores cristianos señala una serie de argumentos contrarios a las apuestas. El primero de ellos es la avaricia, uno de los pecados capitales y motivación última del éxito en el juego, la acumulación de dinero a costa del sufrimiento ajeno. Este sería un impedimento ético fundamental para que los cristianos tomen parte en ellos. Además, si se asume que las loterías y juegos de azar se aprovechan de la desesperación y esperanza de personas en necesidad o adictos al juego, participar implicaría consentir con este sistema que choca con valores fundamentales, como el amor y respeto por el prójimo.

Como segundo punto de oposición, teólogos de la Iglesia como San Agustín han proclamado desde comienzos del siglo IV que el juego tiene propiedades demoníacas, y que se trata de una tentación del Diablo para generar la discordia entre los hombres y llevarlos hacia el pecado. El azar no representaría otra cosa más que la acción de fuerzas sobrenaturales no cristianas que se oponen al determinismo de la voluntad de Dios.

Este conflicto con el orden universal dispuesto por la divinidad es otro de los elementos que dan sostén a la oposición del Cristianismo a las apuestas. El juego es irracional a los ojos de Dios, se enfrenta al precepto básico de la recompensa proporcional al esfuerzo del trabajo, porque permite a los individuos hacerse de una fortuna sin productividad alguna.

Hoy en día, tanto la Iglesia Católica como la Protestante se muestran más receptivas a los juegos de azar, una práctica extendida y habitual. Las salvedades permanecen para quienes caen en la adicción y para quienes incumplen sus deberes cristianos por encontrarse subyugados por esta práctica.

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